A los 42 años, el sueco Roger Tullgren tenía un serio problema: no podía parar de escuchar heavy metal. Simplemente no era capaz de funcionar sin escuchar música heavy, y como resultado de esto, no duraba en ningún trabajo. A tal punto, que los psicólogos llegaron a la conclusión de que padecía una discapacidad, y fue declarado adicto al heavy metal. Desde entonces, el estado sueco paga a Tullgren una pensión por su adicción.
Así es como las adicciones son vistas hoy: ya no son un peligro asociado solamente al alcohol y las drogas. Ahora existen desde adictos al azúcar hasta adictos a internet, pasando por los adictos a los juegos de azar, a las compras, al sexo y la lista sigue.
Esta abundancia de adicciones representa un cambio cultural en la manera de explicar un comportamiento inaceptable. Tradicionalmente, una conducta social desviada era vista como una cuestión moral. La gente caía en estos comportamientos porque carecían de fuerza de voluntad o carácter. Para el adicto, la responsabilidad se encontraba dentro de si, es decir, el camino para vencer la adicción estaba en la toma de decisiones correctas y de llevarlas a cabo a través de su esfuerzo.
Sin embargo, en las últimas décadas, la tendencia ha sido la de enmarcar las adicciones no ya como cuestiones morales, sino como patologías. Por tanto, la adicción ahora debe ser tratada externamente, más allá del poder del individuo para hacerle frente por sí solo.
Un cambio de interpretación
Este cambio en la interpretación de las adicciones recae, en parte, en la tecnología. Desde hace unos cuantos años, los avances tecnológicos han determinado que ahora se podía observar el funcionamiento del cerebro como nunca antes. Por ejemplo, identificar las regiones implicadas en las adicciones (núcleo accumens, prosencéfalo basal) y el principal neurotransmisor (dopamina). Y a pesar de que la ciencia aún está lejos de saber como estas zonas cerebrales funcionan exactamente, su conocimiento apoya la idea de que el problema de una adicción es, fundamentalmente, la de un mecanismo que no está funcionamiento correctamente.
Por si fuera poco, este cambio de interpretación viene con algunos beneficios. Es decir, si yo soy el responsable de mi mala conducta, seguramente tendré que pagar las consecuencias. En cambio, si según los médicos mi comportamiento es el resultado de una fuerza llamada "adicción", entonces posiblemente reciba algunas ayudas: tratamiento, medicación, licencia por enfermedad o hasta como en el caso de Roger Tullgren, una pensión.
Por cierto, si los especialistas nos dicen que no podemos hacer frente a nuestros propios impulsos, quizás también sea una forma de pasar de culpable a víctima.
Tal fue el caso de Christopher Chaney, a quien la policía detuvo en 2012 por haber hackeado los correos electrónicos y teléfonos de algunas celebridades en Estados Unidos y posteriormente publicar datos íntimos en internet, incluyendo fotografías de la actriz Scarlett Johansson desnuda. Durante la comparecencia, los abogados de Chaney adujeron que su hábito comenzó como una curiosidad y que rápidamente se transformó en una adicción y que no pudo luchar contra ella. El propio Chaney dijo ante el juez que se sintió aliviado cuando la policía entró a su casa y se llevó los ordenadores.
¿Realmente no pudo Chaney luchar contra su deseo de parar, o simplemente no quiso?
A veces, la creencia de que una adicción deja indefensas a las personas no es más que una expresión de desidia o falta de ética. Que además, puede ser una poderosa herramienta para no luchar por el control de uno mismo.
De cualquier modo, sea o no posible que un individuo pueda hacerse adicto al heavy metal o a internet, es menos importante que las razones por las cuales esas personas padecen (o creen padecer) dicha adicción. Y en una época en la que estamos abrumados como nunca antes por un torbellino de tentaciones, no es de extrañar que nos aferremos tanto a la idea de la adicción.