Flexibilidad y memoria: nuestra olvidada primera infancia


Hasta hace unos treinta años, se creía que los seres humanos no recordamos nada de los primeros años de vida, debido a que el cerebro de un bebé no era capaz formar recuerdos duraderos de eventos específicos.


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Pero en los años 80, un grupo de profesores de la Universidad de Emory comenzó una investigación sobre los recuerdos en bebés de tan sólo nueve meses. Y descubrieron que los niños pequeños si tienen recuerdos muy sólidos y duraderos sobre acontecimientos específicos.

Pero como sabemos, a medida que los niños crecen, de alguna manera estos recuerdos van desapareciendo. Una de las pruebas de la investigación consistió en seleccionar niños que, aproximadamente a los 3 años de edad, habían ido a algún lugar de vacaciones con sus padres. Apenas cumplidos los 7 años, estos niños todavía podían recordar el 60% de los eventos de dicho viaje. Pero tan solo un año después, esa cifra descendía al 38%. Al parecer, durante el transcurso del séptimo año de vida existe un quiebre en los recuerdos de la primera infancia.

La razón de que esta "amnesia infantil" ocurre alrededor de esa edad, se debe a que el cerebro realiza una especie de "poda" en la que se deshace de las conexiones ineficaces.
Este proceso cambia la estructura neural mediante la reducción del número de conexiones cerebrales (o sinapsis). Esto da la posibilidad a nuevas configuraciones sinápticas más eficientes. Dicho proceso se rige principalmente por factores ambientales, en particular el aprendizaje.

En este proceso las neuronas no mueren, simplemente se retraen los axones (conectores) de las conexiones sinápticas que no son útiles. Es posible pensar en esta transformación como una especie de selección natural neuronal.


Dicha acción es lo que reduce radicalmente en los años posteriores, los recuerdos específicos ocurridos en los primeros años de nuestra vida. Sin embargo, algunas reminiscencias pueden sobrevivir a este mecanismo. Estas tienden a ser recuerdos muy emocionales o fuertemente conectados a un trauma muy intenso.

Memoria o flexibilidad cerebral

Pero este proceso tiene un costo, si bien nuestra memoria mejora, el cerebro de un adulto es significativamente menos flexible que el cerebro de un niño. Esto quiere decir que muchas cosas que son fáciles para aprender de niño, pueden ser muy difíciles de aprender de mayores. Un claro ejemplo es el lenguaje. Si bien es posible aprender un lenguaje de adulto, es mucho más fácil hacerlo de niño.
Es notorio que, al aprender un idioma, la mayoría de los adultos permanecen con un acento que por lo general no pueden deshacerse. En cambio los niños que están expuestos a un nuevo lenguaje por un largo período de tiempo, normalmente aprenden a hablarlo sin acento.

Obviamente que hay excepciones a la limitada plasticidad del cerebro adulto. Exponerse a nuevas experiencias ayuda a crear nuevas neuronas y a generar nuevas conexiones cerebrales en el hipocampo (centro de la memoria del cerebro). Cuantas más experiencias y más complejas sean estas experiencias, mejores serán las nuevas neuronas que se integren a la red ya existente.

Hay un principio que se aplica al cerebro adulto: usarlo o perderlo. Esto se debe a que, escasas experiencias o vivencias demasiado simples disminuyen las conexiones en el hipocampo. Es decir, hay que pagar un precio por no crear nuevas conexiones.
Y esto no afecta solo a la memoria, el hipocampo además es crucial en la regulación de las emociones y el humor. De esta forma, las consecuencias para las personas mayores que no hagan "trabajar" al cerebro, también podría ser un factor influyente en la aparición de trastornos del estado de ánimo, tales como la ansiedad y la depresión.