¿Por qué estamos tan fascinados con la elaboración de representaciones mentales de posibles escenarios en los cuáles el mundo es destruido?
Al éxito de "The Walking Dead" habría que sumarle todas las películas sobre el fin del mundo que se han visto en los últimos años, videojuegos como "Call of Duty" o, por ejemplo, lo que ocurrió previamente al 21 de diciembre de 2012. Nuestro encanto por las narraciones apocalípticas va desde lo inofensivo de la ciencia ficción hasta las relacionadas con cuestiones militares o de fundamentos religiosos. ¿De dónde viene tal atracción? Veamos un par de posibilidades.
En primer lugar, como seres racionales que somos, en mayor o menor medida siempre tenemos presente que existe el final de la vida, somos la única especie sobre la tierra que sabe que va a morir. Nuestra inteligencia sumada a esa certeza de la muerte nos ha dotado de una capacidad para el pensamiento abstracto, complejo y temporal, único.
Esa misma inteligencia y capacidad que nos permite desafiar a la naturaleza con increíbles proezas en las distintas ramas de la ciencia, también nos hace capaz de crear mundos de fantasía en escenarios hipotéticos. O sea, tenemos una gran imaginación y nos gusta utilizarla, pero así como nos gusta imaginar escenarios plácidos, como situaciones agradables o romances poco realistas, también nos gusta imaginar situaciones catastróficas, por ejemplo, en las que el mundo es destruido.
En segundo lugar, esta misma impresionante capacidad cognitiva que allanó el camino para el dominio del planeta, también facilitó el camino para una cierta angustia existencial. Podemos soñar e imaginar todo tipo de cosas interesantes y maravillosas, pero también podemos imaginar todo tipo de cosas horrendas y aterradoras.
Y a medida que la ciencia ha venido discutiendo cada vez más sobre el significado de nuestra existencia, paralelamente nos ha hecho reflexionar sobre la posibilidad de que somos organismos insignificantes que existen por casualidad y que nacemos para sufrir el mismo mortal destino que cualquier otro organismo insignificante. En otras palabras, tenemos la capacidad de cuestionar nuestro significado existencial, nuestra razón de ser. Y este cuestionamiento existencial puede hacer a las narraciones apocalípticas más seductoras, ya que permiten a los humanos (al menos a algunos) ser más que mortales seres insignificantes. Por ejemplo, muchas de las creencias apocalípticas son de naturaleza religiosa y allanan el camino para que un determinado grupo religioso sea rescatado de los horrores del mundo y llevado a un nuevo reino, libre del sufrimiento humano y de las injusticias que no podemos dar sentido en nuestra realidad actual.
Está claro que esta atracción por un apocalipsis seguido de un renacimiento mítico no es específico de la religión. Algunas narraciones apocalípticas están basadas en un reinicio cultural, en el que podemos escapar de todos los problemas y complejidades de la vida moderna y empezar de nuevo.
Esta manera extrema de pensar el mundo, puede estar motivada por una ancestral nostalgia en la que algunas personas se imaginan que la vida en el pasado era más simple y mejor.
También es necesario destacar que muchas de estas narraciones apocalípticas, ya sean religiosas o no, incluyen alguna forma de heroísmo en el que el bien triunfa sobre el mal, una especie de proceso de redención. O sea, que sucede algo malo pero las personas que luchan o que tienen determinada fe, finalmente son salvadas del mal. Esta redención heroica (religiosa o no) no es otra cosa que un sentimiento humano muy primitivo: permitir a los individuos sentir que son parte de un acontecimiento grandioso y significativo.