Nuestra comprensión de condiciones que se consideran anormales o patológicas han mejorando, en gran medida, gracias a la investigación científica. Ahora sabemos que muchas enfermedades de origen genético desencadenan eventos neuronales y bioquímicos que requieren de un equilibrio muy preciso para su desarrollo y funcionamiento cognitivo. Tal equilibrio no puede ser simplemente reducido a la dicotomía entre "sano" y "patológico", existen muchos más matices en la balanza.
También se sabe que muchas condiciones no deben ser consideradas como "enfermedades raras", porque estas, incluyendo el autismo, tienen una presencia sistemática, en diferentes grados, en el genoma humano.
Por otra parte, ya que algunas de estas condiciones traen consigo habilidades excepcionales, parece que, efectivamente pueden desempeñar un papel en la diversificación del repertorio de habilidades cognitivas de la especie humana.
Por estas y otras razones (incluidas las morales) el mundo científico ha acuñado el término neurodiversidad, con el fin de apreciar mejor las diferencias neurológicas sin estigmatizarlas como patológicas.
También ocurre que con el propósito de lograr más simplicidad, muchas teorías tienden a categorizar excesivamente. Por ejemplo, puede ser demasiado simplista describir como normal a un solo tipo de conciencia o un solo tipo de racionalidad. En cambio, cualquier cosa que se aparte de dichas categorías percibirlo como anormal, inadecuado o patológico. Sin embargo, hay buenas razones para pensar que en el mundo cognitivo, la flexibilidad es una virtud.
Algunas condiciones no solo producen discrepancias en cuanto a ser categorizadas como una discapacidad, sino que además traen consigo notables habilidades de memoria y visualización. Los trastornos de déficit de atención y el autismo son casos claros, pero también lo son las rutinas de atención repetitivas, como los comportamientos obsesivos compulsivos. El tipo de atención consciente que experimentan estas personas es diferente del tipo de conocimiento que consideramos "normal". Sin embargo, un procesamiento de información sensorial diferente no debería ser considerado como "anormal". Podemos pensar que estas formas de atención atípicas posiblemente podrían tener un propósito evolutivo.
Incluso en personas consideradas "normales" es posible encontrar casos interesantes de neurodiversidad. En primer lugar está la cuestión de condiciones que se producen en formas y grados leves, y que son aspectos de la vida mental habitual, por ejemplo, rutinas o pensamientos que se repiten con frecuencia. También están los cambios que marcan la transición de la infancia, la adolescencia y la edad adulta. Por ejemplo, hay cambios neurogenéticos bien conocidos que culminan con la maduración de la corteza frontal después de la adolescencia. Los niños experimentan la conciencia de manera diferente, con mucha más flexibilidad atencional.
Aquí hay una compensación similar a la que existe entre una "discapacidad" y una notable habilidad. Es durante la infancia que aprendemos un conjunto de habilidades complejas que luego utilizamos y que desaparecen cuando somos adultos. Esto es, obviamente, una amplia y no del todo exacta analogía con casos auténticos de neurodiversidad, pero ayuda a ilustrar el punto.
Sin dudas que hay una clara ventaja evolutiva en la neurodiversidad. Consideremos la especial atención de patrones y estructuras matemáticas característica de algunas personas autistas, o las extraordinarias capacidades del tipo de procesamientos visuales o auditivos. Como especie, ha sido claramente ventajoso tener diferentes estilos de empatías, razonamientos y aprendizajes.
Es factible pensar que puede haber algunas razones evolutivas importantes por las que nos enfrentamos con un amplio espectro de habilidades y desafíos relacionados con nuestra vida mental. Esta perspectiva sobre neurodiversidad viene siendo debatida cada vez más por el mundo científico, ya que ofrece perspectivas muy interesantes para futuras investigaciones.
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