Un coche llega a una esquina, la luz del semáforo cambia a amarillo ¿se debe frenar o acelerar? Si el que conduce el vehículo es un adolescente, lo más probable es que acelere y siga.
A los adolescentes les encanta correr riesgos, más que cualquier otro grupo etáreo. Esto se debe, en parte, a la inmadurez del cerebro en esa etapa de la vida, que aún no tiene completada la conectividad entre las áreas de toma de decisiones y áreas cerebrales relacionadas con las recompensas.
Pero también existe un elemento social: cuando un adulto está cerca, los adolescentes tienden a tomar menos riesgos y sus cerebros muestran menos actividad relacionada con la recompensa al tomar un riesgo, un efecto que los científicos llaman "andamiaje social", porque es como si la presencia de un adulto estuviese ayudando al joven a alcanzar un comportamiento más maduro.
Un nuevo estudio de la publicación "Developmental Science" se basa en estos hallazgos y afirma que el cerebro de un adolescente es influenciado, en mayor medida, por la presencia de su madre que por la de un adulto desconocido.
La investigación
Un grupo de profesores de psicología cognitiva de la Universidad de Lisboa analizaron el cerebro de 23 jóvenes de 15 y 16 años (9 chicas y 14 chicos) mediante resonancia magnética. El experimento consistió hacer conducir a los participantes mediante una consola virtual. En el trayecto que debían hacer los jóvenes había 26 semáforos y se les pidió que lo completaran lo más rápido posible, siempre respetando las normas de tráfico.
Cada adolescente manejó dos veces, una en presencia de su madre y otra en compañía de una persona desconocida. Algunos condujeron primero con la madre presente, en cambio otros lo hicieron primero con el desconocido.
Hubo una tendencia de los participantes a tomar menos riesgos cuando su madre estaba presente, que cuando estaban con la otra persona, sin embargo, esta diferencia no alcanzó una gran significación estadística. Dónde si hubieron diferencias significativas entre las dos condiciones fue a nivel neuronal: cuando la mamá estaba presente los cerebros de los jóvenes mostraron mayor actividad cerebral relacionada con la toma de decisiones seguras y menos actividad cerebral para la toma de decisiones riesgosas. La supervisión materna parece hacer de la cautela un enfoque más natural, al menos a nivel neuronal.
Por último, en presencia de la madre el cerebro de los participantes mostró más actividad en las regiones asociadas a cuando tomar o no riesgos, tal vez sugiriendo que estaban preocupados por lo que la madre pudiese pensar.
Los autores del estudio interpretaron estos datos como sugiriendo que existe algo único en la influencia de los padres (al menos sí de la madre) en la forma en que el adolescente procesa el riesgo, lo que podría tener implicancias en la práctica. Por ejemplo, en los programas educativos para la prevención de riesgos en adolescentes, que tan a menudo tienen dificultades para marcar un límite, esto podría ser más eficaz si los padres estuviesen involucrados.
Referencia:
http://onlinelibrary.wiley.com/doi/10.1111/desc.12484/abstract
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