En una serie de recordadas investigaciones realizadas en la década del 60, el psicólogo Stanley Milgram realizó un experimento en la que se les daba instrucciones a voluntarios para hacer descargas eléctricas a otras personas.
A pesar de que ahora se tilda a aquel estudio como infame, se pudo sacar una conclusión importante: que la mayoría de los participantes estaban bastante dispuestos a dañar a otros cuando se les ordenaba hacerlo.
Estas conclusiones se han utilizado innumerables veces para explicar por qué una persona puede cometer crímenes atroces, debido a que "sólo cumplía órdenes", como justificación para negar la responsabilidad de sus acciones.
Un nuevo estudio publicado en la revista 'Current Biology' que utiliza grabaciones de ondas cerebrales, muestra que cuando una persona es intimidada a realizar una acción, su cerebro procesa los resultados de dicho acto de forma diferente a acciones similares realizadas de manera intencional, lo que sugiere que la coacción, en efecto, disminuye nuestro sentido de responsabilidad, o la conciencia de que estamos en control de nuestros actos.
Cerebro y responsabilidad
La nueva investigación se basa en un fenómeno llamado unión temporal, descrita por primera vez en 2002 por el neurocientífico Patrick Haggard, y se refiere a la observación de que el cerebro comprime el tiempo durante las acciones voluntarias, pero no en las involuntarias. De manera que nuestras acciones voluntarias, y sus consecuencias, se perciben más estrechamente juntas, mejorando nuestro sentido de responsabilidad de dichos actos.
Los nuevos estudios pretendieron determinar de que manera la coacción altera la percepción del intervalo de tiempo entre una acción y su resultado.
En la primera exploración, 30 pares de personas voluntarias se turnaron para ser de "víctima" y de "victimario".
En la condición de intimidación, un actor se sentó en la misma mesa y miraba fijamente al victimario. Le dictaba órdenes para darle una descarga eléctrica (suave) a la víctima y tomar un dinero que ganaba por cada descarga.
En la condición de libre elección, el actor hostigador se mostraba más distante y le decía al victimario de turno que podía dar choques eléctricos sobre la víctima con el fin de ganar dinero, o podía abstenerse de hacerlo.
Tanto en la condición intimidatoria como en la voluntaria, al pulsar la tecla que provocaba la descarga eléctrica se producían dos tonos audibles, el primero al momento de pulsar, el segundo con un retraso aleatorio variable de hasta dos segundos. Los participantes debían calcular el tiempo de intervalo entre los dos tonos.
Los resultados indicaron que bajo la condición de intimidación, los participantes estimaron los intervalos entre tonos significativamente más largos que lo que realmente eran. En otras palabras, mostraron un efecto de unión temporal reducido, lo que significa que tenían una menor conciencia sobre el resultado de sus acciones.
En un segundo experimento, los investigadores reclutaron a 22 voluntarios para una prueba similar a la primera. En este caso, se examinaron los patrones de ondas cerebrales asociadas a resultados de una acción mediante electroencefalografía (EEG).
En consonancia con el estudio anterior, un tipo particular de onda cerebral llamada N1, ésta era mucho más grande para los resultados de acciones no coercitivas. En cambio, las acciones forzadas producían una onda N1 más pequeña que las llevadas a cabo por libre determinación.
Hace 50 años, Milgram demostró que una persona común es capaz de cumplir con instrucciones coercitivas, incluso si esto significa infligir daño real sobre otro. Estos nuevos resultados muestran que los efectos de la intimidación son universales, en lugar de ser asociados con cualquier característica particular de la personalidad.
Los autores del estudio sugieren una razón de por qué las personas pueden actuar de esta manera: la coacción puede reducir automáticamente el nexo entre una acción y su resultado, distanciando emocionalmente a las personas de consecuencias desagradables y disminuyendo su sentido de responsabilidad moral.
Referencia:
http://www.cell.com/current-biology/abstract/S0960-9822(16)00052-X
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