Pete Townshend, integrante del grupo The Who, escribió en 1965 "espero morir antes que envejecer", esta frase más que un deseo, quizás encierre nuestra incuestionable devoción por la cultura de ser (o sentirse) joven.
En mayo de este año Townshend cumplió 70 años, y a lo largo de todo este tiempo seguramente debe haber revisado sus puntos de vista, de cuando tenía 20 años. Es que el proceso de envejecimiento no necesariamente es una metamorfosis hacia la decadencia, en el sentido de nuestras ganas de vivir con alegría. Muy por el contrario, las evidencias sugieren que la felicidad aumenta a medida que nos dirigimos hacia la vejez.
En general, la gente parece comenzar sus vidas con un alto grado de felicidad. Pero a partir de los 18 años, comenzamos lentamente un declive de satisfacción que tiene su punto más bajo alrededor de los 40 años. Una estimación sugiere que desde el fin de la adolescencia y durante los próximos 30 años, el índice de felicidad desciende, en promedio, un 10,5%.
Nuestra felicidad parece hacer una curva en forma de U, ya que cuando nos acercamos a los 50, los niveles de satisfacción despegan de nuevo, y es posible que alrededor de los 60 años estemos en uno de los momentos más felices de nuestra vida. Sin embargo, esta tendencia al alza no continúa indefinidamente, ya que tiende a estancarse en los últimos años de vida. Estamos, por supuesto, hablando de promedios, de estadísticas generales producto de investigaciones científicas.
Incluso este fenómeno no es exclusivo del ser humano, los chimpancés, nuestros primos evolutivos, también padecen esta crisis en la mediana edad. Una investigación realizada por científicos británicos con estos primates, arrojó que en el entorno de los 20 a 30 años sufren un efecto similar (los chimpancés pueden llegar a vivir unos 40 a 50 años). También los grandes simios parecen sufrir estas variaciones.
¿A qué se debe?
Al menos en el caso del ser humano, existen dos teorías, la primera expresa que esta curva es posible simplemente porque las personas felices viven más, eso hace que el promedio de felicidad en la tercera edad sea mayor. Por ejemplo, algunos estudios afirman que las personas con más bajos niveles de felicidad tienden a sufrir más enfermedades al corazón, enfermedades mentales, artritis y enfermedades respiratorias. Por tanto, también es muy probable que la gente feliz tienda a enfermarse menos. Algunas exploraciones de largo plazo aseguran que la felicidad está asociada con una reducción del 30% en el riesgo de muerte.
De hecho, según algunos científicos, si la felicidad no influyera en agregar unos años de vida, la curva en forma de U desaparecería. En cambio, lo que veríamos sería una disminución gradual de la felicidad con la edad.
La segunda teoría es la psicológica. Comenzamos la vida alegres y con grandes expectativas, pero a medida que entramos en la adultez, poco a poco, nos vamos dando cuenta que es poco probable que esos sueños se cumplan (al menos para la mayoría). Ya llegando a los 50, es el momento en que la madurez aporta un nuevo sentido de realismo, es decir, una determinación para disfrutar la vida tal como es, y por lo tanto, se comienza a producir un nuevo aumento en nuestros niveles felicidad.
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