Supongo que ya lo habrán notado, pero desde hace tiempo se viene haciendo una glorificación del fracaso en entornos cercanos al emprendizaje. Si uno realiza una sencilla búsqueda en Google, puede observar la cantidad de entradas en las que se defiende el fracaso como elemento positivo. Parece que un fracaso empresarial otorga la elevación a un estado superior, desde el que se pueden hacer cosas imposibles para los novicios, ver cosas que otros no ven. Esto es lo que yo llamo la moda del fracaso “chick”. Y no lo neguéis, a vosotros también os ha seducido la idea. Como concepto es muy potente: No pasa nada si tienes un descalabro descomunal. De hecho, saldrás reforzado y, habiéndote librado del cascarón de la inexperiencia, estarás preparado para enfrentarte al mundo. Pero planteemos lo siguiente: ¿Es bueno glorificar el fracaso? Parece que se habla de él con demasiada frivolidad sin mencionar las consecuencias negativas de un revés empresarial: deudas, embargos, amistades rotas, compromisos no cumplidos… Seguro que muchos sabéis de lo que hablo.
La idea funciona porque de alguna manera combate el miedo. Es cierto, tenemos miedo, y no sólo ante un proyecto de tipo empresarial, sino ante cualquier decisión o acción que implique riesgo. Es parte de la condición humana. El miedo al fracaso, sin embargo, no es el principal impedimento para el emprendizaje. Existen razones mucho más poderosas y de las que no se habla tanto: la financiación, la situación personal o los condicionantes ambientales y estacionales. Sin embargo gastamos mucha más energía en hablar de miedo. Y es que el miedo vende.
¿Existe una razón para mandar este mensaje? No soy del tipo conspiranoico, así que entiendo que la idea ha ido cobrando fuerza poco a poco a través de inspirados tweets, posts y charlas de gurús en foros diversos. Como cualquier idea con fuerza intrínseca, tiene facilidad para instalarse en el inconsciente colectivo con la identidad de verdad absoluta. Sin embargo, resulta curioso comprobar que la comunidad científica niega la mayor. No se aprende más del fracaso que del éxito, sino al contrario.
La investigación llevada a cabo por Mark H. Histed, Profesor de Neurobiología en Harvard, concluye que el cerebro es mucho más receptivo al aprendizaje después de un éxito que tras un fracaso. Las células cerebrales y sus interconexiones afinan su configuración de manera mucho más precisa si la experiencia es de éxito. De esta manera, se puede concluir que nada conduce mejor al éxito que el propio éxito. Y aquí viene la gran pregunta: ¿Cómo aseguro el éxito como medio de aprendizaje?
Se habla poco del tema, pero existen muchos ejemplos de emprendedores de renombre que no han vivido el fracaso como primera experiencia: Zuckerberg, Jobs, Page, Gates… ¿Os suenan estos nombres? Por desgracia, también hay una larga lista de anónimos que han vivido el fracaso y ya no han podido volver a plantearse un proyecto propio.
Es difícil asimilar que el éxito sea el medio para conseguir el éxito. Estadísticamente, fracasar es más rápido (si es lo que se busca). Sin embargo, ambos conceptos, Éxito y Fracaso, son maleables, granularizables y, en definitiva, manipulables. La clave está en ser ágil. Plantear microobjetivos que nos conduzcan al éxito a corto plazo, si hay que fallar, fallar rápido, poco y barato, y, en la medida de lo posible, convertir el fracaso en éxito (esta es la parte difícil). ¿Que cómo se consigue esto? En primer lugar debemos ser capaces de medir las consecuencias de nuestras acciones y extraer las conclusiones adecuadas. Sólo utilizando el conocimiento extraído de este proceso podremos llegar de una situación de fracaso a una exitosa. Puede que no encontremos la gloria en el fallo, pero sí hallaremos información útil. Añádase una pizca de divide y vencerás, y la fórmula ágil está servida.
Como esto se está alargando, recomiendo leer el libro de Eric Ries, The Lean Startup. Muy interesante tanto para los que están planteando un nuevo proyecto como para replantear la marcha de los que están en marcha.