Cuenta una antigua leyenda de Oriente Medio, que un día Dios decidió que los seres humanos debían conocer lo bello y lo feo, por tanto, envió a dos mujeres a la tierra, una representaba la belleza y la otra la fealdad.
La fealdad estaba personificada por una dama en harapos y era una persona de muy malos sentimientos. La belleza, en cambio, estaba vestida con hermosos atuendos y era una persona llena de bondad.
Estas dos mujeres comenzaron su viaje juntas, ya que tenían que atravesar el desierto y caminar mucho para llegar a donde hubiese civilización.
Casi al final del viaje se encontraron con un pequeño lago, y como ambas estaban extenuadas decidieron parar para tomar un baño. Las dos se quitaron la ropa y se adentraron en el agua, la belleza nadó hacia el medio del lago, en cambio la fealdad se quedó en la orilla. Tan pronto como la belleza se alejó nadando, la fealdad salió del agua rápido, tomó la ropa de la belleza y huyó. Cuando la belleza volvió a la orilla, se dio cuenta que había sido robada, y que lo único que tenía para ponerse eran los harapos de la fealdad. Así es, cuenta la leyenda, como la belleza y la fealdad llegaron a la civilización: cada una con la ropa de la otra.
Hace un tiempo, después de haber leído esto, me pregunté si esta fábula podría tener algo que ver con que nos cueste tanto definir la palabra "belleza" con precisión. Lo que es una lástima, ya que después de todo, la belleza es una experiencia humana básica en todas las culturas.
En distintas investigaciones, cuando se les pregunta a las personas que definan algo "bello" generalmente hablan del contacto con la naturaleza, de la poesía, de personas, de música, de obras de arte, de lectura, de imágenes hermosas o de una arquitectura agradable. Sin dudas, que junto con otros factores, estos ejemplos son parte de la ecuación.
Las transformaciones de la belleza
Ulric Neisser, conocido como el padre de la psicología cognitiva, cuenta en uno de sus libros que a menudo cuando sus pacientes le comenzaban a hablar de lo mal que iban sus vidas y de lo infelices que eran, él les preguntaba cuales habían sido sus experiencias más intensas con la belleza. Generalmente, al principio, los pacientes quedaban un poco sorprendidos por la pregunta, incluso a muchos se la debía repetir.
Pero sin embargo, cuando comenzaban a hablar de la belleza en sus vidas, casi instantáneamente se comenzaban a notar algunas transformaciones: cambios en el lenguaje corporal, la voz más sosegada, una notoria relajación, aparecía una sonrisa, la respiración se hacía más suave, los ojos más brillantes.
Era una modificación increíble en tan solo unos pocos segundos. Hablaban de la belleza de la naturaleza, del arte, de la belleza interior, de la inteligencia o de la generosidad de las personas, incluso de la belleza que se encuentra en circunstancias banales y cotidianas de la vida.
Infravalorar o ignorar la belleza es un error, ya que es un recurso inmenso que tiene la capacidad de curar el cuerpo y la mente, desarrollar la empatía, estimular la inteligencia, y por si fuera poco, es capaz de hacernos (aunque sea temporalmente) un poco más felices.
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