Pensemos que el ser humano ha existido durante los últimos 5 a 7 millones de años y que la inmensa mayoría de ese período la hemos vivido como cazadores-recolectores, eso hasta hace unas decenas de miles de años que nos organizamos en comunidades agrícolas. Si bien el estilo de vida agrícola era socialmente más dinámico, poco se parecían a las sociedades globalizadas del siglo XXI.
Esta situación, sin dudas que ha dejado un desajuste evolutivo que se manifiesta de muchas maneras, hoy veremos algunas.
Consideremos que durante millones de años en los cuales nuestros antepasados vivieron en aquellos entornos, el cerebro humano tuvo un montón de tiempo para acumular adaptaciones beneficiosas para aquellos ambientes. A estas adaptaciones habría que añadirle las numerosas preexistentes antes que el ser humano entrara en escena, por ejemplo, los millones de años antes de que los homínidos se separaran de los primates.
En este gran esquema evolutivo, los pocos miles de años en los que hemos vivido en un contexto más “moderno” no han alcanzado para desactivar aquellas adaptaciones. El resultado de ello es que todavía llevamos cerebros que están diseñados para hacer frente a los muchos problemas de aquellas sociedades primitivas.
La ciencia se ha basado en este desajuste para explicar algunas patologías, por ejemplo, por qué las personas que viven en sociedades industrializadas muestran una mayor frecuencia de problemas de salud mental que los individuos de las sociedades de cazadores-recolectores. Otros resultados de este desajuste son por ejemplo, los trastornos de déficit de atención, la obesidad y algunos otros más sutiles o que se refieren al manejo del funcionamiento social, veamos 4 ejemplos simples de la vida diaria.
1.) La política
Una característica importante en el estilo de vida de las sociedades de cazadores-recolectores fueron sus organizaciones sociales. Los grupos normalmente estaban formados por pocos individuos, los cuales estaban estrechamente relacionados entre sí, sin dudas que el cerebro humano se adaptó para crear estrategias sociales en ese contexto.
Hoy en día, las comunidades con las que interactuamos son enormes, los científicos creen que este efecto produjo un desajuste con resultados improvisados, uno de los sectores de relaciones humanas que está fuertemente afectado por estas limitaciones es la política. La política moderna consiste en la creación de estrategias que afectan directamente a millones de personas. Estos niveles de población no existían en el ambiente ancestral.
Investigaciones actuales muestran que incluso hoy en día nuestras mentes modernas no son mucho más expertas que las antiguas en la comprensión de la política a pequeña escala. Análisis de escritura han hallado que cuando la gente escribe acerca de la dinámica de grupos pequeños, el lenguaje es mucho más fluido y natural, en cambio el lenguaje para hablar de política a gran escala por lo general suena ensayado, torpe y presuntuoso. Si bien podemos entender en un nivel intelectual las dimensiones de la cantidad de gente que abarca una política a nivel nacional o global, carecemos de este entendimiento en su forma más intuitiva, ya que nuestros antepasados nunca lo necesitaron.
2.) El interés por los famosos
Durante muchos años a los científicos les causó cierta intriga el interés que despierta la vida de las celebridades en el resto de los mortales. Una parte de la población ansía y busca este tipo de información. Si bien existe una fascinación por este tipo de noticias, al mismo tiempo sabemos que no nos concierne en lo más mínimo, que es una pérdida de tiempo.
Hay que asumir que esta banalidad no habría sobrevivido al filtro evolutivo, nuestros antepasados hubiesen estado poco interesados en noticias irrelevantes y se habrían centrado en los que les era realmente importante. Pero también sabemos que este tipo de información no existía en aquellos días, la información social estaba casi exclusivamente relacionada a la supervivencia del grupo.
Algunos psicólogos evolutivos creen que es probable que nos preocupemos por este tipo de información porque nuestros cerebros aún interpretan los datos de estas personas como una información cercana a nuestro entorno social.
Nuestros antepasados estaban diseñados para tener interés de toda información social, porque en aquellos tiempos toda información social era vital. Quizás esa sea la causa de por qué hoy en día cualquier información social (incluida la más banal y superflua) sea suficiente para excitar nuestro sistema de recompensas del cerebro.
3.) Percepción de peligro
Ya hace muchos miles de años que no vivimos en la sabana africana luchando con animales salvajes para poder comer, pero en determinadas circunstancias tendemos a creer que nuestra vida está en peligro mucho más de lo que realmente está. Por ejemplo, es muy habitual que en los días posteriores a un accidente aéreo, se cancelen algunos pasajes producto del miedo de algunas personas. Eso no tiene sentido, los individuos que cancelan los viajes por esta causa seguramente sigan haciendo su vida normal, conduciendo sus coches (el riesgo de morir manejando es muchísimo mayor que morir en un accidente aéreo). De hecho hay actividades cotidianas que representan un riesgo estadísticamente alto, cruzar una calle por ejemplo.
Mientras que la mente racional sabe que las probabilidades de morir en un accidente de avión son de 1 en 10 millones, el cerebro no está adaptado para entender estas probabilidades tan minúsculas y la respuesta es una exagerada percepción de peligro.
4.) Apostar en juegos de azar
Una vez un matemático dijo que la lotería es el impuesto a la estupidez.
Por cada apostador que gana un premio relativamente bueno en la lotería, hay millones que no ganan nada por lo que científicamente hablando, no es una buena idea apostar (ni en la lotería ni en ningún otro juego de azar).
Aquí entra a tallar un mecanismo mental que es el siguiente: El conocimiento racional de que no vamos a obtener el premio sólo influirá en nuestro comportamiento, si el estrés resultante de correr el riesgo supera a la excitación impulsada por la recompensa.
La clave está en que este mecanismo se desarrolló en nuestra mente en épocas dónde la recompensa generalmente era comida o apareamiento y las poblaciones eran más pequeñas, por tanto las probabilidades eran mayores.
En definitiva, los países obtienen una enorme fuente de ingresos aprovechando este desajuste evolutivo de la población.