El miedo es la forma que tiene nuestro cerebro de prepararnos ante una situación de peligro, esto nos puede hacer pensar que el miedo y el peligro están siempre estrechamente relacionados, la realidad marca que no en todos los casos es así.
En algunas ocasiones nos ocurre que sentimos mucho miedo cuando en realidad hay poco riesgo real, por ejemplo cuando subimos a un avión, como contrapartida hay situaciones en las que hay un riesgo sustancial y sin embargo no sentimos miedo, por ejemplo al conducir a gran velocidad o fumar.
La habituación al peligro
Durante la Segunda Guerra Mundial, Londres y otras ciudades inglesas fueron bombardeadas repetidamente por la Luftwaffe, la fuerza aérea alemana. Los ataques comenzaron el 7 de septiembre de 1940 y se prolongaron hasta el 16 de mayo del año siguiente. Lo que podríamos suponer es que durante ese período, los londinenses habrán vivido paralizados por el terror, sin embargo no fue así, terminaron acostumbrándose al sonido de las sirenas anunciando los ataques, correr hacia los refugios antiaéreos se convirtió en parte de la vida diaria.
Lo que los teóricos de la guerra nazis habían pronosticado, que el pánico por la devastación aérea sumiría a los habitantes de la ciudad en el terror y el caos, no ocurrió.
¿Por qué no sucumbieron los londinenses ante los temibles ataques aéreos? Las personas que viven expuestas diariamente a una situación de extremo peligro, finalmente se acostumbran a través de un proceso llamado habituación, que requiere una exposición regular y frecuente a un estímulo. En cambio, la exposición poco frecuente al miedo conduce a lo opuesto: la sensibilización. La sensibilización es cuando la respuesta a un estímulo es más intensa de lo normal.
Algunos científicos llaman a esto "ojo del huracán psicológico" y en esencia se refiere a que las personas que viven en el epicentro de zonas de riesgo, por lo general, son más propensas a subestimar los riesgos que quienes viven más alejados de ese lugar.
De las diferentes teorías de porqué ocurre este fenómeno la más probable es la "disonancia cognitiva". Por ejemplo, la posibilidad de devastación de una zona crea una sensación de peligro, sin embargo hay personas que, contradiciendo a su instinto de supervivencia, pueden no tener más opciones que permanecer en ese lugar. Para reconciliar esta situación incompatible, en forma inconsciente la mente del individuo disminuye la sensación de peligro, para de esta manera justificar la permanencia en ese lugar.
Vemos al miedo como algo desagradable y limitante, sin embargo es la mejor respuesta que tenemos ante un cometido fundamental: mantenernos con vida frente a un potencial peligro. A pesar de ello e independientemente de este mecanismo, es interesante saber que nuestro cerebro a veces utiliza estrategias inconscientes e insospechadas para afrontar distintas situaciones, inclusive relegando a nuestro instinto de supervivencia, que evolutivamente hablando, es el patrón de comportamiento adaptativo más desarrollado que poseemos los seres humanos.