Hasta no hace muchos años se creía que el cerebro funcionaba aislado del sistema inmune, que estaba en una especie de burbuja protectora separado de infecciones y bacterias. Pero como sucede a menudo, la realidad ha demostrado ser mucho más compleja. Y cada vez más se están descubriendo conexiones entre los sistemas nervioso e inmunológico, que son un desafío a dicho concepto.
Uno de los aspectos más importantes de las defensas del cuerpo contra la infección es la fiebre, que es bien sabido que afecta nuestro estado de ánimo y comportamiento, factores que están directamente vinculados con el cerebro.
Cuando estamos pasando por un proceso febril, nos sentimos diferentes, se pierde el apetito e incluso el entusiasmo por algunas cosas que normalmente disfrutamos. Esto no es casual, y no es debido a la elevada temperatura corporal en sí. Por ejemplo, el ejercicio físico extenuante en un día caluroso puede elevar la temperatura del cuerpo, incluso más que la fiebre, sin embargo no causa letargo.
No es frecuente pensar de esta manera, pero algunos síntomas asociados con la fiebre son psicológicos. Es menos probable querer salir de casa o socializar, sólo deseamos descansar. El valor evolutivo de este comportamiento parece obvio: conservar energía valiosa para la pelea inmunológica.
También hay un aspecto social a esta forma de actuar, ya que si la infección es contagiosa, esto podría ayudar a reducir su propagación a otros miembros del entorno. O sea, los síntomas psicológicos probablemente hayan salvado millones de vidas.
Dicho esto, hace poco nos enteramos que investigadores de la Universidad de Virginia han descubierto como una proteína, la interferón gamma, afecta directa y profundamente el comportamiento social en ratones.
Lo que los investigadores encontraron fue que la interacción de esta molécula en áreas específicas del cerebro hicieron a los ratones mucho menos sociables. Es importante destacar que la reducción de la sociabilidad fue producto de un efecto directo y no consecuencia de, por ejemplo, el aumento de la ansiedad. La interferón gamma parece operar específicamente en el deseo de pasar menos tiempo con los demás.
Incluso los científicos inyectaron IFN-y en ratones sanos en áreas específicas del cerebro, dichos ratones mostraron un comportamiento social muy disminuido, esta vez sin infección alguna.
En este sentido, no sería descabellado pensar que los virólogos pronto descubrirán formas de desactivar la acción de la interferón gamma, con el fin de aumentar las interacciones sociales de los roedores, lo que facilitaría el contagio.
Pero además de su papel durante una infección, la IFN-y también parece tener una línea base desigual en cada uno de nosotros. Es por esto que se cree que los diferentes niveles de actividad de IFN-y pueden explicar por qué algunas personas son propensas a respuestas alérgicas e inmunes más extremas, y predecir quien sobrevive a un episodio de sepsis y quien no. Incluso se sospecha que la interferón gamma puede tener que ver con situaciones de mala salud en general, pero de esto último todavía no se ha descubierto una base científica sólida.
La imagen que surge de una relación entre el sistema inmune y el comportamiento social es bastante convincente para lo que ha sido nuestra historia evolutiva. Por cierto, la próxima vez que un estado febril se apodere de usted, tenga en cuenta lo que la IFN-y está haciendo en su cerebro, y sobre todo, lo que está haciendo por sus seres queridos, al mantener su cuerpo enfermo lejos de ellos.
Referencia:
http://www.nature.com/nature/journal/v535/n7612/full/nature18626.html
No hay comentarios:
Publicar un comentario