Uno de los hallazgos en ciencias sociales más desconcertantes de los últimos 50 años es la paradoja de Easterlin: el crecimiento económico de un país no siempre se traduce en un aumento de la felicidad de su población.
Sobre todo en tiempos de crisis, los políticos inundan los medios de comunicación hablando de sus recetas para mejorar la economía. La hipótesis de esta estrategia es que si la economía mejora, la gente estará más feliz.
Esto parece obvio, muchos de los problemas que enfrentan los ciudadanos están determinados por la posesión de dinero.
Sin embargo, cuando los investigadores sociales miden los niveles de felicidad de ciudadanos de diferentes países y lo comparan con la situación económica, la relación no siempre es tan metódica. Esta observación se llama "la paradoja de Easterlin", ya que el primero en referirse a ella fue el economista norteamericano Richard A. Easterlin.
Desde este hallazgo en 1974, se han hecho algunos estudios al respecto. Uno de ellos indica que después que se satisfacen las necesidades básicas de una población, el aumento de la riqueza no es tan importante. Esta teoría sugeriría entonces que en los países más desarrollados, la relación entre el PIB y la felicidad de su población debería ser más débil que en las naciones pobres. Pero este no ha sido el caso, los ciudadanos de algunos países ricos se sienten más felices con el aumento del PIB, en contraste, las poblaciones de algunas naciones pobres se vuelven más tristes con el aumento del PIB.
Los investigadores sugieren que la desigualdad de ingresos puede ser un factor fundamental en esta relación. En particular en los países pobres, donde la desigualdad es mayor, en tal caso, los aumentos del PIB no logran que la gente sea más feliz. La idea detrás de esto es que cuanto más se distribuye de manera desigual, sólo las personas ricas son las que realmente se benefician de los aumentos del PIB.
Dos investigadores de psicología cognitiva, Selin Kesebir y Shigehiro Oishi, pusieron a prueba esta idea a gran escala. Ellos examinaron la relación entre la desigualdad de ingresos y el PIB (medido con el índice Gini) y los niveles de bienestar de la población de diferentes países.
El estudio estuvo dividido en dos, la primera parte se centró en estas variables de 16 países económicamente desarrollados durante el período 1959 a 2006. La segunda parte midió los mismos parámetros en 18 naciones pobres en el período 2001 a 2009.
En el primer sondeo se halló que para las naciones más ricas, la relación entre bienestar y PIB fue positiva, pero sólo después que se pudo controlar los efectos de la desigualdad de ingresos. Básicamente, cuando un país tiene una baja desigualdad de ingresos, los incrementos del PIB van conduciendo, con el tiempo, a un aumento de la felicidad. En cambio, cuando un país tiene una alta desigualdad de ingresos, los incrementos del PIB no tienen ningún efecto sobre la felicidad de su población.
En el segundo caso, se hallaron dos resultados diferentes: en los países pobres que cuentan con una menor desigualdad de ingresos los cambios en el PIB no afectaron mucho los niveles de felicidad. En cambio en los países pobres con mayores niveles de desigualdad de ingresos, los incrementos del PIB, en realidad, disminuyeron los niveles de felicidad.
Seguramente esta sea una de las razones por la cual los políticos, especialmente en períodos de vacas flacas, se refieren con tanto empeño a la desigualdad de ingresos. Los resultados de las investigaciones muestran que los niveles de insatisfacción no son el resultado de una economía pobre, sino más bien, una consecuencia del aumento de la desigualdad en los ingresos de la población.
Referencia: http://pss.sagepub.com/content/26/10/1630.abstract
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