Pensemos un momento en las impagables deudas externas que muchos países han generado durante años, o en lo poco que se está haciendo para frenar el cambio climático o en la cantidad de gente fumadora que hay.
Muchos de los problemas más graves y generalizados que enfrentamos tanto individualmente o como sociedades, reflejan el hecho de que somos seres especialmente ineptos para la planificación en el largo plazo.
Ejemplo 1: ¿Cuál de estas dos opciones elegirías: 100 euros ahora o 120 dentro de un mes? Un economista podría decir que la decisión más racional sería tomar los 120 euros dentro de un mes, debido a que un adicional de 20 euros en un mes es un muy buen rendimiento. Pero los estudios demuestran que la mayoría de la gente prefiere los 100 euros ahora.
Ejemplo 2: ¿Qué opción prefiere ahora: 100 euros dentro de 7 meses o 120 dentro de 8 meses? En este caso la mayoría de las personas se deciden por la opción de 120 euros. Esto es así porque al no haber un premio inmediato entre las opciones, nos comportamos de forma más racional. O sea, nuestro afán de gratificación rápida nubla nuestro juicio.
Evolutivamente hablando, las decisiones de largo plazo no son naturales
No es ningún misterio que la evolución humana tiene mucho que ver en esto, ya que el cerebro a lo largo del desarrollo de la especie ha ido incorporando un fuerte sesgo hacia la gratificación inmediata. Para nuestros antepasados, la vida era un viaje corto y muy impredecible. Los retos apremiantes para la obtención de alimentos y la supervivencia tenían suma preferencia sobre los pensamientos acerca de lo que podría venir en un futuro lejano.
En un mundo en el que la vida era corta y se regía por lo impredecible de la disponibilidad de alimentos, de los depredadores y las enfermedades, seguramente debió haber habido muy poco interés por las complejidades que surgen de la planificación a largo plazo. Pero curiosamente, en el mundo moderno ocurre todo lo contrario: las mayores amenazas para los seres humanos se deben a la falta de previsión a largo plazo. Sin embargo, como consecuencia de nuestro evolutivamente heredado sesgo de corto plazo, tendemos a tomar muy frecuentemente decisiones de largo plazo erradas o directamente a no tomar ninguna decisión.
La planificación a largo plazo es una habilidad que sólo se logra mediante el conocimiento consciente de hasta que punto la influencia desproporcionada de la gratificación a corto plazo afecta nuestras decisiones supuestamente racionales. Y dado el estado actual de las cosas, sin mencionar el hecho de que la palabra previsión ni siquiera existe en algunos idiomas, sin dudas que necesitaremos mucha más práctica.